La nueva dama poderosa


2004 (Primera edición)
Govert Westerveld en colaboración con José Antonio Garzón Roger
La reina Isabel la Católica: su reflejo en la dama poderosa de Valencia, cuna del ajedrez moderno y origen del juego de damas.








PROLOGO


Govert, el jugador.

El libro de Govert Westerveld, cuyo prólogo me ha solicitado por razones de una amistad en la que me honro, es, a mi parecer, una obra extraordinaria e importante. La historia de los juegos recibe una creciente atención en diversos círculos de nuestros días y varios de ellos, en Holanda, Alemania, Austria y sobre todo en España, van a recibir como un regalo inesperado la obra que el lector tiene en sus manos. Tal actitud de interés académico hacia los juegos, en particular los de tablero, es relativamente reciente y la “historia de los historiadores” de los juegos es en sí misma un capítulo aparte, que por lo que respecta al juego de damas queda ya esbozada con largueza en los comentarios de Govert, tanto explícitamente como entre líneas.

El libro de Govert es nuevo en todos los sentidos del término incluyendo especialmente la originalidad. En general, “durante mucho tiempo el estudio de los juegos se esterilizó en la historia de los instrumentos del juego. La atención se dirigió hacia los accesorios o los aparatos, pero apenas hacia la esencia del juego, su carácter, las leyes o incluso los impulsos instintivos que presuponen, y la clase de gratificación que cada juego aporta” (Roger Caillos. “Les Jeux et les Hommes”. Gallimard. Paris 1958. cap. V. Versión alemana. Ullstein 1982, p. 66) Govert ha seguido otro camino: El estudio de un contexto histórico cultural, como el español, y de análisis, casi obsesivo, de las huellas que el origen de las damas y otros juegos de tablero emparentados (el alquerque, el andarraya, el castro) han dejado en las palabras y en la literatura.

A mi me llama la atención el que Govert delate, con su trabajo, una preocupación que de entrada puede llamarse filosófica. Las consideraciones filosóficas sobre el contexto cultural del fenómeno lúdico puede decirse que arrancan desde 1938 con el clásico tratado de un compatriota suyo, el “Homo Ludens” de Johan Huizinga. El juego es más antiguo que la cultura, porque como comenta Huizinga los animales no han esperado a que el hombre les enseñase a jugar la gratificación de instintos muy profundos, en esencia la misma que los animales obtienen de sus juegos para ensayar mecanismos biológicos de supervivencia, se encuentra en la base de lo lúdico. Cada juego puede ser examinado en estratos de progresiva profundidad, cuyas últimas o primeras razones serian las biológicas. Los animales juegan para aprender a cortejar, a alimentarse, a huir o a matar. En los juegos del Homo Ludens los componentes instintivos más crudos están presentes aunque queden enmascarados. Lo que resulta específicamente humano es el elemento religioso del juego, subrayado por Huizinga. Los antropólogos admiten que los juegos más antiguos son las actividades atléticas como luchar, correr, saltar o danzar, y no es necesario ser experto en Prehistoria para saber que fueron practicadas desde el paleolítico (si es que no estuvieron presentes ya en los homínidos). Con la aparición de la cultura, estas actividades se trascendentalizaron en ceremonias mágicas para adorar a los dioses, para ritos de fertilidad o para honras funerarias.
No quiero, en estas líneas, centrarme en los detalles técnicos de la obra, porque lo que me fascina ante todo es la motivación de su autor. El sentido alegórico de muchos juegos de tablero es el de enmarcar actividades instintivas como la caza, la huida, o la guerra, en un microcosmo ordenado, una realidad virtual dentro de límites espaciales regulares y con reglas fijas. La gratificación de los elementos instintivos que se obtiene con los juegos no desparecen con el tablero, sino que se transforma en su manera de expresarse. En el más analizado de todos los juegos de tablero, el ajedrez, la lucha, la huida, o la caza están presentes de una forma alegórica, pero con contenido emocional muchas veces comparables en intensidad al de la actividad simbolizada. En el juego de Govert, la guerra está presente en un primer plano visible: guerra contra la rutina, la desidia, la mediocridad, o la sumisión. Govert, y su juego de damas, son un símbolo de lucha. Esta connotación casi religiosa que desde los primeros tiempos acompaña a los juegos de tablero, es la que me ha atraído en el símbolo vital que encarna la andadura personal de Govert y su trabajo para superar todo obstáculo.

El nacimiento del presente libro no es casualidad. Ni la religión de Govert, ni la de su juego de tablero tienen nada que ver con el azar. El problema de la predeterminación de origen divino en la salvación o en la condenación, y de la influencia del libre albedrío en el destino individual, está en la base de lo religioso. Como también dejo indicado Huizinga todos los juegos pueden reducirse históricamente a emanaciones de lo sagrado moldeadas culturalmente. Cuando el hombre primitivo lanzaba el dado hecho con un astrágalo para saber si iba o no a sobrevivir aquel día, estaba haciendo una pregunta a los dioses que básicamente es la misma que hace cualquier jugador de ruleta a despecho del dinero. Invocar a la suerte supone, en cualquiera de sus expresiones lúdicas, una actitud de sumisión fatalista. En cambio, cuando los sacerdotes egipcios y babilónicos ensayaban en juegos de tablero una comprensión matemática del Universo, estaban proponiendo sin palabras otro tipo de respuesta radicalmente distinta al misterio del Destino. De estas actitudes proceden una serie de juegos filosóficamente voluntaristas.

El “alea”, la suerte ciega, se infiltra en los juegos como expresión de la creencia en un poder superior caprichoso que resultaría el factor decisivo para los acontecimientos futuros. Como en las antiguas tesis de Esquilo, el devenir humano es meramente un juego de los poderes superiores. En la otra cara de la moneda helenística, las tragedias de Eurípides introducen el “agón”, el esfuerzo individual como divisa de una actitud voluntariosa ante la incertidumbre del futuro, que se ha considerado como característica cultural típica del espíritu griego. La lucha entre las dos concepciones filosofico-religiosas diametralmente enfrentadas se lee entre las líneas de toda la literatura clásica. Oráculos y sacrificios rituales, mitad juego y mitad liturgia, marcan las grandes decisiones de personajes históricos en cada capítulo de las Vidas Paralelas de Plutarco. La actitud voluntarista de otros está asimismo presente en las crónicas: El “alea jacta est” de César supone un desdén hacia lo fatalista, el mismo que según Suetonio le hizo partir en expedición hacia África pese a los augurios infaustos de las vísceras de animales sacrificados, y exclamar al tropezar y caer al suelo nada más desembarcar: “África, ya te tengo en mis manos”.
Como los personajes, así ocurre con la caracteriología psicológica de los juegos y de los jugadores. En la Persia pre-islámica, los dos juegos que encarnaban emblemáticamente las dos actitudes contrapuestas son por un lado el voluntarista juego del ajedrez y por otro el azaroso juego de dados llamado en árabe nard. (Las tablas reales del códice de Alfonso X antecesoras  del actual backgammon). Ambos juegos se practican sobre un tablero y tienen en común una base numerológica muy elaborada históricamente, pero su expresividad filosófica es diametralmente opuesta. Cuando los árabes aprendieron dichos juegos tras la conquista de Persia en el siglo VII, las tesis filosóficas implícitas en los mismo fueron objeto de argos debates, que  permanecen en los textos islámicos como la más remota y apasionada discusión escrita sobre el tema del libre albedrío y el juego. Es difícil resumir estas ideas con más elegancia que el anónimo autor del manuscrito árabe de ajedrez del British Museum que tradujo el erudito ajedrecista y orientalista jesuita P. Félix Pareja:

          “En cuanto a su sentido íntimo, quiso el inventor, con los dos juegos de ajedrez y nard, reproducir al vivo la controversia más empeñada que ha divido a la Humanidad: entre las opuestas doctrinas del albedrío libre y del Destino ciego; entre el hallarse la voluntad con facultad de elegir libremente o el verse fatalmente sujeta  obligada a obrar sin elección.

          Sostiene una de esas escuelas que los movimientos de los hombres y sus actos y consecuencias felices y desgraciadas fluyen por modo necesario, y que su causa es exterior a ellos y sus facultades, pues no es otra que Aquel que otorga y prohibe. Luego se dividió esta escuela, y los de tendencias religiosas entre sus secuaces, creyeron que esa causa es el decreto divino con respecto a las criaturas, al cual no cabe contrariar, mientras que los de tendencias naturalistas aseguraron que esa causa había que buscarla en los movimientos favorables o adversos de las esferas celestes.

          Defiende la segunda escuela que los sucesos prósperos del hombre, en sus movimientos y actividades, dependen de la bondad de su libre albedrío, y los adversos y desgraciados de la perversidad de su libre elección y de su abandono.

          El que inventó el nard acomodó las reglas de este juego a la opinión de la escuela primera, haciendo que los dos dados desempeñasen en él el oficio mismo de aquella causa externa, sin la decisión de la cual en el dar y en el otorgar de nada sirve el esfuerzo humano, a fin de que se viese con toda claridad como vence en este juego el mas ignorante inepto el más digno y capaz, y como gana el inepto cuando le ayuda la fortuna de la causa externa, y en cambio pierde el apto cuando aquella le abandona.

          En cambio, el que inventó el ajedrez acomodó sus leyes a la opinión de la segunda escuela, porque no establece aquella causa exterior que obra sobre el individuo, sino que otorga a los jugadores igualdad de piezas, correspondiente a las facultades que han recibido de Dios en su creación, y basa el juego en el libre albedrío, haciendo resaltar así palpablemente como aquel que sabe usar mejor de sus libres facultades supera al que usa mal de ellas, y cómo sus teorías se vuelven contra él.

          Aconsejó además este juego al arte de la guerra, porque este es el más importante y primero de los negocios en el mundo, y además, porque en él la atinada dirección y la elección libre son los que conducen a la victoria o a la derrota Y como es evidente que el resultado feliz sólo se debe a bien calculadas combinaciones, y la derrota, por el contrario, a defectos en la dirección de los esfuerzos, se hace con esto patente su semejanza con todos los demás ordinarios asuntos y negocios de la vida”.

La divagación que antecede sirve para explicar que este componente que cabría calificar como religioso es el que se percibe en la devoción con que Govert Westerveld ha ido reuniendo los materiales que presenta, y en lo que conozco de su propia biografía. Govert es un jugador retirado, en un pueblo pequeño y viejo, entregado apasionadamente al estudio de un juego de tablero. Sabe que todo juego necesita ante todo una separación espacial, material o espiritual, que les aísle del mundo cotidiano. Para Huizinga la demarcación es una consecuencia de lo que él llamó “elemento sagrado” del juego, y supone en esencia un rito inicial de consagración. “La pista, el campo de tenis, el lugar marcado en el pavimento para los juegos infantiles y el tablero de damas o de ajedrez, no se diferencian, formalmente, del templo ni del círculo mágico”. En mis ocasionales visitas al templo personal de Govert, en su casa de Beniel, he podido percibir con sobrecogimiento el inmenso esfuerzo que, entre sus papeles, discos de ordenador y ensimismamiento de erudito supone para él y sus familiares una aventura personal de investigación, que en su hogar todos comparten.

La separación que distancia el juego de la vida cotidiana no solo es física sino también mental. Una misma actividad como cortar troncos de árbol puede ser trabajo si el propósito  es laboral, o deporte, si el motivo es competitivo. Los deportistas profesionales aparentemente están jugando cuando en realidad lo que hacen es trabajar, y los que buscan inscribir resultados de cualquier actividad en sí, es el elemento diferenciador. En las sociedades primitivas, la separación entre unas y otras clases de actividades era más clara porque lo lúdico aparece únicamente cuando los imperativos de supervivencia, de obtener alimentos, cobijo o protección, han quedado satisfechos El tiempo libre, y la oportunidad de dedicarlo a satisfacciones intelectuales o emocionales requieren una seguridad en cuanto a las necesidades básicas, y suponen un logro de las sociedades humanas en la medida en que se han ido civilizando, es decir, integrándose en ciudades o en colectividades de cualquier tipo que posibilitan actividades gratuitas. Govert, en este sentido, ha hecho también un trabajo de deportista, ajeno al interés por el dinero, robando el tiempo a las necesidades más perentorias. La obra de Govert es la de un jugador, en el más noble, y antiguo sentido de la palabra. Así me lo parece, y así lo escribo aquí.

El resto está en el libro, que como todo buen libro, habla por sí mismo.

                 Dr. Ricardo Calvo

                    Maestro Internacional de Ajedrez
                    Historiador español de ajedrez (Initiativgruppe Königstein)
                    Co-autor de la edición facsímil del manuscrito de El Escorial “Libro
                    de Axedez, Dados et Tablas, Ediciones Poniente, Madrid, 1987.

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